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Lo que defiende la Unión en Gaza y en el conflicto israelí-palestino

Le Grand Continent - Antes de su viaje a Oriente Medio, el Alto Representante de la UE, Josep Borrell, publicó un artículo en el Grand Contient sobre lo que propone la UE en relación con la dramática crisis humanitaria que se vive actualmente en Gaza y para poner fin al círculo vicioso de la violencia.

Europa está rodeada de una multitud de crisis. En nuestra frontera oriental, el fuego de la guerra arde desde hace casi dos años. El pueblo ucraniano, apoyado por Europa, lucha con gran valor, pero la perspectiva de victoria sobre Rusia sigue siendo lejana.

Y el 7 de octubre de este año se reanudó la guerra en Oriente Próximo. El atroz ataque terrorista de Hamás, que condenamos inmediatamente en los términos más enérgicos posibles, reavivó un ciclo de violencia que se ha convertido en una tragedia humanitaria en Gaza.

Ante la guerra contra Ucrania, Europa ha mostrado unidad y ha asumido rápidamente sus responsabilidades. La Unión Europea ha prestado un apoyo económico y militar masivo a Ucrania, y seguiremos haciéndolo mientras sea necesario. 

Los dos conflictos son muy diferentes en cuanto a sus causas y actores. Pero también están relacionados. Sobre todo porque se sospecha, en particular por parte de los países del llamado «Sur Global», de que aplicamos un doble estandar en lo que respecta al derecho internacional entre Ucrania e Israel-Palestina. Debemos demostrar con nuestras palabras y hechos que esa acusación es falsa. 

La influencia de Europa en el mundo se basa principalmente en nuestro «soft power». Tenemos una economía desarrollada y hemos tomado medidas para reforzar nuestras capacidades de defensa, pero aún no somos una verdadera gran potencia. Nuestra influencia en el mundo depende principalmente de la coherencia con la que defendemos los valores y principios universales. Los europeos debemos figurar entre los guardianes del derecho internacional y humanitario. Por eso nuestros socios en el mundo –y nuestros rivales– siguen de cerca las posiciones que adoptamos ante los dramáticos acontecimientos que se están produciendo en Oriente Próximo.

El conflicto de Gaza es el resultado de un fracaso político y moral colectivo, por el que los pueblos israelí y palestino están pagando ahora un alto precio. Este precio seguirá aumentando si no actuamos. Es el resultado de la incapacidad de la comunidad internacional para resolver la cuestión israelo-palestina. Durante décadas, la comunidad internacional ha apoyado formalmente una solución basada en dos Estados, pero no ha logrado poner en marcha la hoja de ruta que permitiría alcanzarla. 

El núcleo del conflicto israelo-palestino es un problema nacional: el de dos pueblos que tienen derecho legítimo a existir en la misma tierra. Por lo tanto, deben compartir esa tierra. Hace treinta años, en la época de Oslo, israelíes y palestinos acordaron cómo compartirla. Pero este acuerdo no se aplicó. Y desde entonces, en ambas partes, las fuerzas de la negación han seguido creciendo, impulsadas por el orgullo desmedido de algunos y la desesperación de otros.

Y la violencia ha aumentado. Las cifras son espantosas, y no sólo desde el último y aterrador ataque de Hamás contra Israel y la respuesta israelí. Incluso antes del 7 de octubre, el número de muertos y heridos era ya demasiado elevado. 

La colonización ilegal de Cisjordania y la violencia contra los palestinos han aumentado impunemente. Se volvieron aún más brutales después del 7 de octubre. Hace treinta años había 270.000 colonos en Cisjordania. Hoy, hay más de 700.000. Y el territorio palestino se ha dividido en un archipiélago de zonas inconexas, lo que hace mucho más difícil aplicar la solución de dos Estados que la comunidad internacional lleva 76 años reclamando.

El año pasado murieron 154 palestinos y 20 israelíes en Cisjordania. Este año, la cifra ha aumentado ya a casi 400 palestinos y una treintena de israelíes. En Palestina, la total falta de perspectiva ha provocado la marginación de las fuerzas moderadas en favor de los radicales movidos por el odio. 

Gracias a los Acuerdos de Abraham, muchos creyeron que el conflicto israelo-palestino podía evitarse, aunque la situación sobre el terreno no dejaba de deteriorarse. Esta ilusión contribuyó a avivar las llamas del odio. Del lado israelí, con fuerzas extremistas en Cisjordania decididas a poner fin a la cuestión palestina mediante la sumisión o el exilio. Del lado palestino, con extremistas islamistas que quieren destruir Israel y amenazar a Occidente. 

La barbarie de Hamás contra civiles israelíes el 7 de octubre es injustificable e inexcusable. Este ataque sin precedentes ha provocado una profunda conmoción y temores existenciales en Israel. Pero, como dijo Barack Obama, «la forma en que Israel sigue luchando contra Hamás es importante». 

La ex Secretaria de Estado estadounidense Condoleezza Rice explicaba en 2011 que los enfrentamientos en Gaza seguían un patrón predecible: «Hamás provocaba, Israel respondía militarmente y la comunidad internacional se retorcía las manos». Al reaccionar de forma excesiva, los israelíes perdían poco a poco el apoyo de la comunidad internacional. Esto es lo que ocurrió en 2011, pero hoy, en 2023, estamos llegando al mismo punto.

La estrategia militar de Israel debe respetar el derecho internacional y evitar, en la medida de lo posible, la muerte y el sufrimiento de civiles. Cortar el suministro de agua, alimentos, electricidad y combustible a toda una población civil sitiada es inaceptable. La magnitud de los bombardeos es también extremadamente preocupante.

A corto plazo, la prioridad es romper el círculo vicioso de la violencia. No será fácil, ya que la tragedia de Israel no tiene precedentes. El presidente estadounidense Biden ha pedido a los israelíes que «no se dejen cegar por la rabia». De hecho, los mejores amigos de Israel no son los que instan a la venganza, sino los que fomentan la moderación. 

Según las autoridades sanitarias de Gaza, ya hay más de once mil víctimas en el enclave, casi la mitad de ellas niños. Una estrategia militar que ignore el coste humano para la población civil no funcionará, ya que corre el riesgo de hacer casi imposible la paz futura entre palestinos e israelíes. Sin embargo, la paz es la única garantía real a largo plazo de la seguridad de Israel.  

A corto plazo, debemos evitar que el conflicto se extienda por toda la región. Con nuestros aliados estadounidenses y nuestros socios regionales, nos dirigimos constantemente a todos los actores para tratar de evitarlo.

Al mismo tiempo, debemos trabajar por la desescalada en Gaza y por una solución humanitaria. Todos los Estados miembros de la Unión Europea están a favor de pausas en las hostilidades. Pausa humanitaria, alto el fuego, tregua… en realidad no importa cómo se llamen, lo que importa es limitar el sufrimiento de los civiles palestinos y de los rehenes israelíes. 

Debemos garantizar que todos los días entre en la Franja de Gaza un flujo regular de ayuda humanitaria en cantidades suficientes para satisfacer las necesidades de la población civil, incluido el combustible. Ya hay escasez de alimentos, y la situación es especialmente grave en los hospitales. Según la Organización Mundial de la Salud, 20 de los 36 hospitales de Gaza han dejado de funcionar debido a la falta de combustible, sin el cual es imposible la distribución de agua potable y electricidad. 

Según la Oficina de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, desde la reapertura del paso fronterizo de Rafah han entrado en Gaza una media de 40 camiones diarios, alrededor del 20% de los que entraban en el enclave antes de la guerra. Es necesario aumentar los volúmenes y abrir otros pasos fronterizos. Otra posibilidad sería establecer un corredor marítimo para abastecer a Gaza a través del mar Mediterráneo, como propone Chipre. La Unión Europea estudia actualmente la viabilidad de este plan.  

También deben establecerse corredores de seguridad para evacuar a los heridos, enfermos y extranjeros, mientras que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) debe tener acceso a los rehenes retenidos por Hamás, cuya liberación debe ser inmediata e incondicional. 

Una vez consolidada la situación humanitaria, debemos pasar de la ayuda humanitaria a la política. Nuestros esfuerzos deben centrarse en una solución a medio y largo plazo. Un plan de estabilización permanente que permita construir la paz entre israelíes y palestinos, y en toda la región.

En el Consejo de Asuntos Exteriores del 13 de noviembre propuse a los ministros una serie de principios que deben guiar la actuación de la Unión Europea en Gaza. Principios que debemos debatir con nuestros socios regionales e internacionales. 

Pueden resumirse en tres «síes» y tres «noes». 

No al desplazamiento forzoso del pueblo palestino. No puede haber expulsión de palestinos a otros países. 

No a la amputación del territorio de Gaza ni a su reocupación por Israel. No puede haber reducción del territorio del enclave, ni control permanente por parte de las fuerzas de defensa israelíes, ni regreso de Hamás a Gaza. 

No a la disociación de Gaza del resto de la cuestión palestina. Nuestro objetivo debe ser resolver el problema palestino en su conjunto.

Sí a la instalación de una autoridad palestina provisional en Gaza, con un mandato y una legitimidad definidos por una resolución unánime e inequívoca del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y garantizados por éste.  Podemos pensar en una resolución renovable que anime a las dos partes a llegar a un acuerdo, primero para Gaza y después para Cisjordania. 

Sí a una mayor implicación de los Estados árabes, si están de acuerdo, siempre que tengan la confianza tanto de los israelíes como de la Autoridad Palestina. Por el momento, los Estados árabes no están dispuestos a hablar del «día después». Sin embargo, si queremos alcanzar una solución duradera, necesitaremos su compromiso, y no sólo financiero. Pero para ello deben tener la certeza de que su participación no será un fin en sí mismo, sino una etapa en el camino hacia un Estado palestino.

Por último, sí a una mayor implicación de la Unión Europea en la región.

Debemos ayudar a construir un Estado palestino plenamente soberano, capaz de devolver la dignidad a los palestinos y de firmar la paz con Israel. También debemos ayudar a garantizar la seguridad de Israel y Palestina.

Debemos trabajar con nuestros socios regionales para organizar una conferencia de paz que ponga en práctica la solución de los dos Estados. Sin duda, la situación sobre el terreno ha hecho que esta solución sea hoy más difícil de alcanzar que hace treinta años, pero sigue siendo la única vía viable para llevar la paz a la región. Este debe ser, pues, nuestro objetivo y nuestro compromiso. De lo contrario, seguiremos atrapados en una espiral de violencia que se perpetuará de generación en generación, de entierros en entierros. 

Nosotros, los europeos, debemos intensificar nuestra acción en favor de la paz entre Israel y Palestina. No sólo porque es nuestro interés, sino porque es nuestro deber moral y político. Una parte importante del futuro papel de la Unión Europea en el mundo, y en particular el futuro de nuestras relaciones con muchos países del «Sur Global», dependerá de nuestro compromiso para ayudar a resolver este conflicto.