La pandemia de coronavirus y el nuevo mundo que está creando
La COVID-19 remodelará nuestro mundo. Todavía no sabemos cuándo finalizará la crisis. Pero podemos estar seguros de que cuando esto ocurra, nuestro mundo será muy diferente.
La crisis de la COVID-19 no es una guerra, pero tiene un carácter «bélico» en el sentido de que requiere la movilización y asignación de recursos a niveles sin precedentes. Son determinantes la solidaridad entre los países y la disposición a sacrificarse por el bien común. Solo aunando esfuerzos y cooperando a través de las fronteras podremos vencer al virus y contener sus consecuencias, y la UE tiene un papel determinante que desempeñar. Esta fue la posición clara y unida de los ministros de Asuntos Exteriores de la UE cuando debatimos la crisis el 23 de marzo por videoconferencia.
Se dice a veces que las guerras no se ganan con tácticas o incluso con estrategia, sino con logística y comunicaciones. Esto parece ser cierto también para la COVID-19: quien mejor organice la respuesta, aprovechando rápidamente las enseñanzas extraídas en todo el mundo y comunicando con éxito con los ciudadanos y el mundo en general, saldrá fortalecido.
Se está desarrollando una batalla mundial del relato en la que el tiempo es un factor decisivo. En enero, el escenario dominante era el de una crisis local en la provincia de Hubei, agravada por el encubrimiento de información crucial por parte de funcionarios del partido chinos. Europa envió una gran cantidad de equipos médicos para ayudar a las autoridades chinas que estaban desbordadas en ese momento. Desde entonces, China ha reducido las nuevas infecciones locales a simples cifras, y ahora está enviando equipos y médicos a Europa, como hacen otros países. China está lanzando enérgicamente el mensaje de que, a diferencia de los EE.UU., es un socio responsable y fiable. En la batalla del relato, también hemos visto intentos de desacreditar a la UE como tal y algunos casos en los que se ha estigmatizado a los europeos como si todos fueran portadores del virus.
Lo importante para Europa es lo siguiente: podemos estar seguros de que las percepciones cambiarán de nuevo a medida que el brote y nuestra respuesta al mismo evolucionen. Pero debemos ser conscientes de que existe un componente geopolítico que incluye la lucha por influir manipulando la interpretación de los acontecimientos y mediante la «política de la generosidad». Armados con hechos, hemos de defender a Europa contra sus detractores.
También existe una batalla del relato dentro de Europa. Es trascendental que la UE muestre que es una Unión que protege y que la solidaridad no es una frase hueca. Tras la primera oleada en la que las autoridades nacionales acapararon toda la atención, ahora la UE está ocupando un lugar destacado con acciones conjuntas en todos los ámbitos en los que los Estados miembros la han facultado para actuar: con la adquisición conjunta de equipos médicos vitales, con un estímulo económico conjunto y con la necesaria relajación de las normas presupuestarias y de ayuda estatal.
Además, el papel de la UE incluye un importante componente exterior. Estamos asistiendo a los Estados miembros en sus esfuerzos consulares, ayudando a que los europeos bloqueados regresen a su país. Por ejemplo, la semana pasada, los esfuerzos conjuntos realizados en Marruecos hicieron posible la repatriación de unos 30.000 ciudadanos de la UE. Esto demuestra lo que podemos conseguir juntos.
No obstante, todavía queda mucho por hacer. En todo el mundo, alrededor de 100.000 viajeros europeos se han registrado en las embajadas o consulados locales, pero la verdadera cifra de los que tienen que regresar a casa es mucho mayor.
Una pandemia mundial necesita soluciones globales y la UE debe estar en el centro de la lucha. Estoy en contacto con socios de todo el mundo, de Asia, América Latina y África, para ayudar a construir una respuesta internacional coordinada. En tiempos de crisis, el instinto humano nos lleva a menudo al repliegue, a cerrar las fronteras y a valernos por nosotros mismos. Esta postura, aunque es comprensible, resulta contraproducente. La emergencia de laCOVID-19 no puede resolverse dentro de un país, o actuando en solitario. Obrar así simplemente significa que todos nosotros lucharemos durante más tiempo, con mayores costes humanos y económicos.
En lugar de ello, deberíamos trabajar por un aumento radical de la cooperación internacional entre científicos, economistas y responsables de la formulación de políticas. En las Naciones Unidas, la OMS y el FMI. En elG-7 y el G-20 y en otros foros internacionales. Poner en común recursos para trabajar en tratamientos y vacunas. Limitar el perjuicio económico mediante la coordinación de medidas de estímulo presupuestario y monetario y mantener abierto el comercio de bienes. Colaborar en la reapertura de las fronteras cuando nos autoricen los científicos. Y combatir las campañas de desinformación en línea. Este es un momento para la solidaridad y la cooperación, no para hacer inculpaciones que no curarán a una sola persona infectada.
Si bien las necesidades son considerables en nuestro territorio, la UE también debería estar preparada para ayudar a otros en situaciones de fragilidad que corren el riesgo de verse desbordados. Pensemos en los campos de refugiados de Siria y en lo que ocurriría si la COVID-19 brotase entre personas que ya han sufrido tanto. En este sentido, África es motivo de honda preocupación. Es posible que con el virus del Ébola hayan adquirido experiencia más reciente en la gestión de pandemias que en Europa, pero los sistemas sanitarios son en general muy débiles y un brote extendido podría provocar estragos. El distanciamiento social y el confinamiento son exponencialmente más difíciles en las zonas urbanas densamente pobladas de África. Millones de personas en África se sustentan gracias a la economía informal y tendrán que hacer frente al brote sin red de seguridad social alguna. Incluso antes de que el virus haya afectado al continente, los africanos, igual que otras economías emergentes, tienen que hacer frente a un nivel masivo de retirada de capital.
En otros lugares, existe la posibilidad de que países como Venezuela o Irán se hundan sin nuestro apoyo. Esto significa que deberíamos garantizar su acceso a la ayuda del FMI. Y en lo que se refiere a Irán, hemos de asegurarnos de que el comercio humanitario legítimo pueda proseguir a pesar de las sanciones estadounidenses.
También debemos recordar que ninguno de los otros problemas en los que nos centrábamos antes de la crisis del coronavirus, ha desaparecido. De hecho, pueden empeorar. La COVID-19 puede complicar algunos de los conflictos más prolongados en los países vecinos. En tanto que Europa ya tuvimos que navegar por un mundo de crecientes tensiones geopolíticas, especialmente entre los EE.UU. y China. También en este caso, existe el riesgo de que la COVID-19 agrave las tendencias preexistentes.
De manera general, la tarea de la UE consiste en desafiar a los críticos y demostrar en términos muy concretos que es eficaz y responsable en tiempos de crisis. Jean Monnet escribió en sus memorias que «Europa se forjará en las crisis, y será la suma de las soluciones adoptadas para esas crisis». Que esa sea la filosofía que nos oriente mientras luchamos contra esta crisis y nos preparamos para lo que venga después.
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